sábado, junio 18, 2005

Supuestos y paradojas de la comunicación social en Venezuela

La ética es un elemento básico para el desarrollo de la naturaleza humana en su relación con el medio social, en tanto determina la estructura moral del medio y la manera en que el individuo acuerda con éste las relaciones de intercambio. En este marco, y merced a la influencia sociopolítica que el manejo de la información implica para el correcto desenvolvimiento de estas relaciones de intercambio, el grado de eticidad comunicacional al que responden los principales vehículos de permuta informativa de la sociedad venezolana, los mal llamados Medios de Comunicación Social –a quienes prefiero denominar con una categoría mucho más acorde con su naturaleza política, económica y mercantil, que es, al fin y al cabo la que los determina: Medios de Entretenimiento Masivo (MEM)- nos sitúa frente al problema de establecer los criterios de una necesaria correspondencia entre la ética de la comunicación y el ethos social.
Y como resulta imposible eludir que lo que debería ser un proceso integral de comunicación -societario, en esencia[1][1]- se encuentra hoy en Venezuela circunscrito al simple enfoque informativo, considero que se impone la necesaria y pertinente revisión de los conceptos que los llamados Medios de Comunicación Social venezolanos tienen de las diferentes categorías comunicacionales, así como del tratamiento que le otorgan frente al público, en función del campo de intereses que manejan como empresa y a la determinante aplicabilidad de su lógica comercial.
Para nadie es un secreto que por cada una de las categorías comunicacionales básicas existen conceptos específicos de la naturaleza del proceso que resulta necesario considerar, en función del nuevo enfoque sociopolítico que en Venezuela se le está dando al problema comunicacional y mediático: tornar a la ética de la comunicación en un instrumento de control informativo.
Esta consideración tiene su base en una inquietud concreta: llegar al por qué de la avasallante fragilidad conceptual y de la escasa capacidad para establecer diáfanas categorías que imperan en el oficio periodístico, es un asunto de vital urgencia para la profesión misma y, en general, para toda la sociedad venezolana, si es que no queremos vernos envueltos –y sin posibilidad de retorno- en la mediatizante cultura de la acriticidad. Esta cultura –denominada cooltura por algunas transnacionales del entretenimiento mediático- depende del poder sociocultural e ideológico abarcado por un pragmatismo utilitario que impulsa a dejar a un lado la necesidad de saber con propiedad, armonía, exactitud y justicia lo que el hombre es y cómo lo que es va determinando lo que lo rodea.
En este sentido, resulta válido exigir que sea aquella frase escrita por Jhon dos Passos en su novela Paralelo 42 la que guíe a los periodistas en su labor profesional, más que cualquiera de las deontologías contemporáneas, pues en ella se sitúan los términos de la labor periodística en su justo rango y a favor total del periodista como profesional capaz y cabalmente comprometido con su labor intelectual y crítica, que es, al fin y al cabo, lo que todo verdadero comunicador hace: “el anhelo de todo periodista era desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad” (DOSS PASSOS, John. Paralelo 42. Editorial Bruguera. Barcelona, España, 1981. Pág. 317).
Ahora bien, debe recordarse que Dos Passos definía esta labor como un anhelo. Esa función de develador de significados era –según el escritor estadounidense- la aspiración más alta de la voluntad periodística. Acá es necesario agregar que el periodista debe esforzarse por lograr un desentrañamiento no sólo exacto, sino justo y responsable. Y, para favor de esa armónica correspondencia entre ética de la comunicación y ethos social, debería ser esta la función propia del periodista, algo más loable que la mera búsqueda, preparación y redacción de noticias, o que la edición gráfica, la ilustración fotográfica, la realización de entrevistas, reportajes y demás trabajos periodísticos, según reza en la ley de ejercicio de la profesión en nuestro país (Ley de Ejercicio del Periodismo. Artículo 3°. Capítulo I: De la profesión ). (Como ven, estoy firmemente convencido de que el periodista debe dejar de ser la simple extensión del grabador, del procesador de palabras o de la cámara fotográfica, en que lo ha convertido la urgencia de intereses impuesta por el poder empresarial de los MEM).
Todo esto se relaciona con las ya suficientemente manipuladas, confusas y fragilizadas categorías de la libertad de comunicación: la libertad de expresión, la de información y la de prensa, y con la aclaración de los ámbitos y niveles en que estas se aplican; porque para entender el juego de intereses presente en la realidad comunicacional venezolana basta con advertir la manera tan irresponsablemente indiferenciada como son empleados estos términos tanto por periodistas, como por directores y dueños de Medios.

Algunos supuestos, y también las paradojas
Dentro de este marco y sólo con la simple intención de motivar una reflexión mayor, creo pertinente establecer los siguientes supuestos:
1.- El periodista venezolano cumple una función básicamente reproductora de contenidos noticiosos, sin mayor autonomía que la que el Medio le permite para discernir sobre éstos. Es decir, se encuentra sometido por el rol técnico: recabar la información y elaborar o construir la noticia a partir de ésta, lo que significa un proceso mecánico, o simplemente técnico, donde la aplicabilidad del intelecto y/o de la capacidad de análisis e interpretación continúan ausentes. Esta condición obedece al principio de acriticidad impuesto por la lógica empresarial de los llamados Medios de Comunicación Social; siendo que, para favor de un cabal desarrollo profesional, así como para garantizar la fehaciencia informativa y el esquema dialéctico de la comunicación, el periodista debería realizar el análisis y la interpretación con el objetivo de aproximarse a la verdad del hecho en concreto y a la proyección de sus posibles consecuencias, apegado a un criterio de equidad y justicia social, sin juzgar elemento alguno del acontecimiento2.
2.- En la profesión el imperio deontológico determina el criterio de justicia social desde una perspectiva jurídica privada.
El escritor y político nicaragüense Tomás Borge dice, en su célebre testimonio sobre el proceso revolucionario de Nicaragua, titulado La paciente impaciencia (BORGE, Tomás. La paciente impaciencia. Ediciones Casa de Las Américas. La Habana, Cuba, 1989. Pág. 58), que entre los efectos de la Segunda Guerra Mundial está el de haber puesto de moda las palabras democracia y libertad, y yo me atrevo a agregar que la de comunicación. De igual manera sucede que la comunicación en Venezuela fue objeto de una circunstancia política bastante moderna: la potenciación de normativas particulares, gremiales o internas, con tendencia al igualitarismo categorial y al establecimiento de cotos lindados por privilegios especialísimos3.
Venezuela, por razones que no viene al caso analizar en este trabajo, entró tarde bajo esta estela, pero se ajustó con premura al rango en que los vencedores de aquel conflicto situaron los términos de libertad, democracia, comunicación y Medios. Todos, bajo la égida del nuevo interés globalizador, comenzaron a tomar cuerpo en un sistema de relación bastante aberrado y aberrante que constituyó a los llamados Medios de Comunicación Social –empezando por la prensa escrita- en el mecanismo más eficaz para controlar el proceso comunicacional, es decir, la libertad y la democracia, mediante la acumulación de poder económico (bajo una estricta lógica comercial) y la potestad de establecer la normativa del proceso mismo, de su funcionamiento y de sus condiciones.
El origen de esta situación es –como lo señala José María Desantes Guanter en su libro La función de informar (DESANTES GUANTER, José María. La función de informar. Ediciones Universidad de Navarra S. A. Pamplona, España, 1976. Pp. 354)- un criterio político de tendencia liberal que establece a la actividad informativa como potestad especial de instancias privadas (en la vertiente jurídica estas instancias pueden ser supraindividuales o no), para garantizar que se ejecute de manera libre. Es decir, tanto el estudio del derecho a la información, como el establecimiento de normativa al respecto del mismo –y por extensión de todo el proceso comunicacional-, se aborda desde la perspectiva de los Medios y de sus intereses, así como desde el interés gremial de los profesionales de la comunicación social, y aun desde el interés privado del público, en lo que al denominado derecho a réplica se refiere. Pero no desde la real perspectiva pública de la información o del proceso comunicacional, que, entre otras cosas, equivale al derecho del público a estar fehacientemente informado y a participar interactivamente del proceso comunicacional.
Ahora bien, resulta clara la consecuencia de este asunto: la normativa se erige como la única ley válida para determinar el alcance del Medio, llegando, incluso, a regir sobre los factores externos que podían determinar o advertir sobre el proceso, y algo bastante más grave aún, con esto se le adjudicó al periodista la absoluta potestad sobre un derecho universal y de libre uso por cualquier ciudadano en su carácter de ser social, el de comunicar lo que se le antoje, con la única restricción que impone la justa, sana, pacífica y equilibrada convivencia comunitaria.
Pues bien, en el contexto del presente análisis, se considera evidente que pocos periodistas, pocos de esos profesionales de la comunicación social percibieron la trampa: con esto el Medio, y el poder económico y político tras éste, garantizaban el dominio sobre el desarrollo comunicacional, al subordinar la categoría comunicación a un ejercicio profesional controlado por ellos.
Dentro de esta perspectiva surge otro supuesto: el Medio es el gremio, pues es quien controla y determina los alcances profesionales del periodista; es quien establece la medida del poder de la profesión y quien ensalza o subyuga la ética profesional, de acuerdo a sus muy particulares prioridades. Y, además, se ha constituido en la única fuente capaz de proveer, desde el punto de vista de la práctica profesional, elementos tan preciados como el conocimiento, la eticidad, la epistemología y, algo bastante importante, la seguridad de subsistencia.
Bastante paradójico el asunto, ¿cierto? Pues bien, este manejo mediático cumple su objetivo: atonta, y ubica al periodista dentro de dos paradojas modernas –ya definidas por Antoine Compagnon-, el prestigio de lo nuevo, desde donde, para sostener lo nebuloso de nuestra positiva modernidad, debe hablarse de lo nuevo (como culto, inclusive), “pero cuidándose de no aportar nada nuevo” (COMPAGNON, Antoine. Las cinco paradojas de la modernidad. Monte Ávila Editores. Caracas, Venezuela, 1991. Pág. 17), y la otra paradoja, denominada feria de las ilusiones, que es consecuencia de la degradación de la primera, preparada por la fabulosa precipitación del criterio de renovación puesto también de moda –por cierto- desde la Segunda Guerra Mundial, y que estableció el dominio de un mercado mediatizador de la calidad del contenido conceptual y programático de las categorías libertad, democracia y comunicación4.
La pregunta válida en este caso es ¿Quién se percata del desvío de intereses que camina por la cuerda floja de este circo? A casi nadie le atrae ya el estudio sistemático de la comunicación como proceso, como sistema relacional, como mecanismo de conformación de identidades políticas, sociales y comunitarias. Ahora lo relevante es el estudio del Medio como fuente y su potestad sobre las determinaciones del proceso: el Medio es el proceso mismo, en cuanto actúa como generador de información5 y como garante de la libre circulación de la información –a través de los organismos destinados a cuidar la categoría de libertad de comunicar. Y se retorna así al supuesto: el Medio es el gremio, es el bloque, es la prensa, es la ley.

Sobre conceptos y confusiones
Resulta clara la confusión conceptual en frases que, para referirse a una misma categoría, emplean términos de distinta significación: no es lo mismo hablar de libertad de expresión, que de libertad de prensa, aunque los peligros de una puedan ser los mismos para la otra. La libertad de expresión –permítaseme aquí el atrevimiento categorial- es un derecho natural y universal consagrado por la naturaleza misma de la democracia y soportado jurídicamente en cada Carta Magna y en las distintas declaraciones sobre los derechos universales del hombre (Declaración Universal de Derechos del Hombre, artículo 19, refrendado y precisado en 1976 por el artículo paralelo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos). Este derecho se ubica, universalmente, por encima de cualquier deontología, como por sobre cualquier política interna o código normativo gremial. Es del disfrute absoluto de todo ciudadano o persona que habite sobre la tierra, porque es un derecho de uso y no de propiedad (Es decir, natural y no positivo, aunque pretenda ser o pueda estar reglamentado). En su letra se establece, además, como correlato, la prerrogativa del empleo de cualquier medio para ejercer la facultad de comunicar.
La libertad de prensa se aplica, como derecho universal, en dos direcciones: 1ra.- En cuanto al uso del Medio por el Medio mismo y 2da.- En cuanto al uso del Medio por el ciudadano común. Por la primera vía circula el dominio del Medio sobre el uso y sistematización de la información, de acuerdo a su política editorial y a los criterios comunes de fehaciencia, pluralidad y justicia. Por la segunda, se mueve el derecho del ciudadano a exponer, a través del Medio, sus criterios, opiniones, o réplicas a una información considerada como dañina por no fehaciente, tergiversada, etc. Ahora bien, como derecho natural, la libertad de prensa asiste a la propiedad más que al uso, y he allí una de las ventajas del Medio. Naturalmente, la libertad de prensa se aplica y beneficia al Medio mismo, en cuanto es éste quien tiene la potestad sobre la recolección, sistematización y circulación del contenido periodístico, materia con la cual se nutre.
Se tiene pues que, en medio de estas dos libertades se encuentra la garantía a la libre circulación de la información, que, como claramente expresa su denominación, no es otra cosa sino el flujo incondicional de los contenidos informativos a través de los canales destinados para ello. Ahora bien, este flujo informativo debe sistematizarse u organizarse bajo los criterios de fehaciencia, pluralidad y justicia que la libertad de expresión y la de prensa reclaman y deben garantizar; además, por supuesto, de las determinaciones de la política editorial y de los criterios propiamente técnicos aplicados al manejo de la información.
Debo señalar, en consecuencia, que quien encuentra discordante hablar de flujo incondicional y de sistematización determinada como parte de un mismo proceso ignora la condición dialéctica de todo desarrollo comunicacional, y quien lo sostiene como tesis, para justificar algunas mediáticas patentes de corso, además de ignorar deliberadamente la condición señalada, obvia el hecho de que independencia crítica y discursiva no es igual a anarquía legal, ni mucho menos a privilegios de poder o a injusticia distributiva.
En la misma línea elusiva, indicada en el párrafo anterior, puede ubicarse la alarma ante la demanda de fehaciencia y de derecho a réplica. Hay que entender que la comunicación no es ni atropellante ni comulgante y que, como bien lo expresa el teólogo jesuita Jesús Aguirre, tampoco debe ser tan simplona como para “dejarse briznar por cantos de comunión” (AGUIRRE, ARANGUREN, SACRISTÁN y otros. Cristianos y marxistas: Los problemas de un diálogo. Alianza Editorial. Madrid, España, 1969. Pág. 25). Ello la torna peligrosa, resueltamente peligrosa, pero sólo para quien guarda secretos. Además, ante un palmario desentrañamiento de la realidad –para no utilizar el término veraz, que parece producir tanta urticaria a los modernos comunicadores sociales- cualquier réplica resulta insustancial e insostenible. Por ello, el temor ante estas demandas –del todo democráticas, por cierto- sólo se explica por el riesgo al que someten a los detentores del privilegio comunicacional. Sin duda, debe hacerse un esfuerzo para comprender lo siguiente: en el proceso de comunicación son los Medios y sus dueños quienes han introducido la injusticia, y en el marco de sus supuestas libertades sólo se encuentra encarcelado el periodista, mientras que la sociedad se expone a recibir un tratamiento bastante inarmónico y poco ético.

Una conclusión objetiva
Por todo lo expuesto se plantea entonces el problema como vigente y toda la relación categorial descrita hasta ahora lo demuestra, así como establece la necesidad de abordarlo con criterio de equidad y de justicia: ¿cuál es el trato real que le otorga a la ética de la comunicación el principal vehículo de intercambio informativo de la sociedad venezolana, a qué intereses responde y cómo determina esto su perfil social?
Por último, considero que resulta útil anotar un aspecto que hasta el momento se ha mantenido al margen en este artículo, más por razones de circunscripción del análisis a un ámbito específico y, por ello, con mayor posibilidad de ser cubierto, que por cualquier otra causa: la influencia sociopolítica que genera en la actualidad el manejo de la noticia se articula con una modulación más expresiva en el campo del periodismo de opinión, y aún cuando el presente trabajo se concentra en la labor del periodista-reportero (tal como se refleja en el supuesto número 1), no se obvia la responsabilidad de aquel ejercicio periodístico que, por su naturaleza básica, posee mayor rango de oportunidades para dedicarse a “desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad”.
Claro está que lo anterior implica un nuevo artículo donde se realice el examen de otro concepto básico para el desarrollo comunicacional y, por ende, para el logro de la correspondencia entre ética de la comunicación y ethos social: el de la objetividad periodística, que, como resulta frecuente, podría ser manejado de manera taxativa como el mecanismo idóneo para la debida instauración de la fehaciencia informativa. No obstante, creo que, en atención a la simple naturaleza humana, al tratar el tema de la objetividad periodística debe tomarse en cuenta aquella premisa de la filosofía existencial que establece un límite humano para toda pretensión objetiva –sobre todo en relación con el criterio de verdad-, puesto que ello otorgaría un mayor alcance a la objetividad periodística al contemplarla como un método que no desdice de la interpretación subjetiva (es decir, no determinista), puesto que no siempre el hecho noticioso se produce por una simple relación de causa y efecto. Y esto conlleva un correlato: la objetividad periodística actúa como válvula reguladora del carácter ético del Medio, y como ingenio propiciatorio de la fuerza que genere y detente la opinión pública.


Notas:
[1] Se emplea el término societario en una aproximación a la idea del contrato social como mecanismo de relación y desarrollo armónico del Estado y la sociedad, en contraste con la noción capitalista de la propiedad privada de los medios de producción y de la prestación de servicios, que incide en el desarrollo social inarmónico. Es decir, en términos comunicacionales el carácter societario se afianza en el proceso dialéctico, único capaz de garantizar la conformación de una estructura comunicativa con relevantes niveles de equilibrio participativo.
[2] DOS PASSOS, John. Paralelo 42. Editorial Bruguera. Barcelona, España, 1981. Pág. 317
[3] Ley de Ejercicio del Periodismo. Artículo 3°. Capítulo I: De la profesión.
[4] Acá hay que tomar en cuenta lo siguiente: se habla de función reproductora y no transmisora porque quien transmite la noticia, al final del proceso informativo, es el Medio y no el periodista, quien sólo ejerce la labor de estructurador del hecho en noticia, o lo que es lo mismo, reproduce en estilo noticioso los elementos que constituyen el acontecimiento. Ahora bien, el manejo de la información forma parte de un proceso global comunicativo, dentro del cual la elaboración y transmisión de la noticia constituye un primer paso, que debe estar complementado por la interpretación sustancial del acontecimiento, como segundo paso, y por la generación de una opinión pública, como tercero. La estructuración y transmisión de la noticia es, en consecuencia, un engranaje del proceso comunicativo y no el fin del mismo. En este sentido, cada engranaje, por sus características técnicas y éticas, se constituye a sí mismo en un proceso complejo donde el profesional de la noticia (periodista o comunicador social) desarrolla un rol fundamental, y resulta justo y saludable exigir, para el normal avance de la comunicación social, el equilibrio total -en técnica, en ética y en contenido- de cada uno de estos engranajes.
[5] BORGE, Tomás. La paciente impaciencia. Ediciones Casa de Las Américas. La Habana, Cuba, 1989. Pág. 58
[6] No debe olvidarse que entre otros de los efectos producidos tras la Segunda Guerra Mundial, además del evidente cambio en el orden geopolítico y económico internacional, se cuenta el de la intervención del Estado en la conformación de nuevos poderes supraindividuales y determinantes de la razón sociopolítica del mismo -sobre todo de aquellos Estados nacionales que salieron vencedores en el conflicto y que ya habían consumido una experiencia previa, como la de la Primera Guerra Mundial-. Uno de estos nuevos poderes es el de la Comunicación Social, o el de un sector informativo que ya había dado muestras de su gran alcance social y de su posibilidad de convertirse en un efectivo mecanismo de creación y modificación de la opinión pública. En consecuencia, los Estados nacionales comienzan a participar del poder mediático, estableciéndose como dueños de Medios y promulgando normas para el control de los mismos, mientras la expansión económica que comienza a lograrse con el nuevo orden económico internacional a partir de 1950, impulsa el desarrollo del negocio informativo (a medida que avanza el siglo se desarrolla también el periodismo en la radio y la televisión) y favorece las estrategias monopólicas de los Medios de Información privados. Paralela a las situaciones de participación e intervención estatal y de monopolismo privado en el negocio mediático, se desarrolla toda una praxis comunicacional que va originando (entre Medios de calidad o de élite que cultivan la objetividad informativa y Medios de Comunicación de Masas cuya función primordial -aunque no lo exprese así su objetivo formal- se ubica en el entretenimiento), tanto un cuerpo teórico en torno al fenómeno comunicacional mediático, como una legislación positiva en torno a su conformación como poder y al desarrollo de los Medios, sus intereses y sus responsabilidades. Es en este marco que surge, hacia 1956, la denominada Teoría de la Responsabilidad Social de la Prensa, impulsada por la experiencia que tuvieron de los Medios como servidores públicos, tanto los Estados nacionales, como las sociedades civiles participantes en la Segunda Guerra Mundial.
[7] DESANTES GUANTER, José María. La función de informar. Ediciones Universidad de Navarra S. A. Pamplona, España, 1976. Pp. 354
[8] COMPAGNON, Antoine. Las cinco paradojas de la modernidad. Monte Avila Editores. Caracas, Venezuela,1991. Pág. 17
[9] Dentro de este sendero paradojal parecen ubicarse también las instancias responsables de velar por el eficaz desenvolvimiento de las categorías de la libertad de comunicación, quienes parecen participar -intereses mediante- como maromeros en esta feria. Aquí se hace referencia específica a los directivos del Bloque de Prensa Venezolano, quienes, a propósito de la discusión generada sobre el establecimiento constitucional de las categorías de veracidad en la información y de derecho a réplica, emitieron, en entrevista pública (PANORAMA, en su edición del día miércoles 29 de septiembre. Pág. 1-14), las siguientes frases: “Nosotros consideramos que la libertad de expresión debe ser libre y punto”. “Yo considero que la libertad de prensa en este momento está amenazada”. “Nos oponemos al derecho a la réplica y al defensor del usuario que consideramos es sumamente grave, porque va a ser la especie (sic) de censor de los periodistas, además de que quieren vigilar el trabajo diario de los periódicos”.
[10] Cabe decir “noticias-información”, según el criterio expresado por la profesora Gloria Cuenca, en su libro Ética para periodistas. 2da Edición. Editorial Kinesis, Caracas, 1995.
[11] Declaración Universal de Derechos del Hombre, artículo 19, refrendado y precisado en 1976 por el artículo paralelo del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.
[12] AGUIRRE, ARANGUREN, SACRISTÁN y otros. Cristianos y marxistas: Los problemas de un diálogo. Alianza Editorial. Madrid, España, 1969. Pág. 25

domingo, junio 05, 2005

La moral mediática en Venezuela (o de cómo perder lo que no se tiene)

En el primer trimestre de 2003, el semanario de análisis y opinión política venezolano Temas (www.temasvenezuela.com) convocó a varios periodistas, historiadores e intelectuales nativos para reflexionar por escrito sobre “el quiebre (moral) de los medios de comunicación en Venezuela”. En la convocatoria enviada vía correo electrónico tuvieron cuidado de colocar la palabra moral exactamente de esa manera, entre paréntesis, como para advertir, en una clara toma de posición, que la única quiebra visible de estas empresas del espectáculo mediático es la que concierne al carácter de honestidad que se vincula a su deber de ser portavoces de la realidad social. Sobre ese aspecto no estuve –ni estoy– de acuerdo y ahora explicaré por qué.

Un sinsentido de la buena voluntad
Comienzo con una observación: resulta inconcebible una reflexión sobre la quiebra moral de los medios de comunicación social venezolanos, porque estos nunca contaron con ese capital, ni siquiera así, como con pretendida mordacidad –o gremial candor– lo colocaron los editores de Temas, entre paréntesis. Y no lo digo porque quiera dármelas de erudito en la historia de los medios nacionales, en los sabores y sinsabores de sus parpadeos y coqueterías políticas y económicas. No, pues de igual manera puede inferirse en las palabras del maestro Jesús Sanoja Hernández, publicadas hace ya 23 años en la revista Respuesta (Nº 55–56), quien al realizar un escrutinio sobre los aportes del periodismo venezolano a la democracia, indica: “…Yo no podría decir, sin contrariar mi voluntad histórica, que la Cadena Capriles (…) haya contribuido a la democracia representativa, no obstante aparecer como una de sus fórmulas de expresión. Porque su campaña fue netamente antidemocrática durante algunos años, y no por anticomunista, sino por haber exaltado los contravalores más negativos que se manejaban en la sociedad venezolana y que constituyen, digamos, una rotunda negación de los principios éticos periodísticos”.
La realidad ética de los medios de comunicación social venezolanos (a quienes prefiero denominar con una categoría mucho más acorde con su naturaleza política, económica y mercantil, que es, al fin y al cabo la que los determina: Medios de Entretenimiento Masivo –MEM–), no puede ser más rotunda: sólo responden a la lógica mercantil que los sostiene como empresas generadoras de capitales económicos. Por esta causa resulta más pertinente hablar de su probable fractura económica. Intentar demostrar que existe una debacle moral o ética en su seno es, como se aprecia, un sinsentido.
La moral mediática –que no es ni siquiera la de sus hombres y mujeres, los periodistas, sino la de sus amos, los empresarios– responde a criterios fundamentados en las globalizadas determinaciones de la administración política utilitaria y economicista, lo que ha hecho que por sobre la natural y obvia responsabilidad social que tiene un medio de comunicación masiva (y social) prive la tarea de acumular capital y, por tanto, la discrecionalidad que bien pudiera aceptársele a estos medios en su carácter no discutible de empresas privadas, se aplica en términos del liberalismo económico que, como ha dicho otro maestro del género, el español José María Desantes Guanter, establece a la actividad informativa como potestad especial de instancias privadas (en la vertiente jurídica, estas instancias pueden ser supraindividuales o no), para “garantizar que se ejecute de manera libre”.
En pocas palabras, lo anterior quiere decir que tanto el estudio del derecho a la información como el establecimiento de normativa respecto del mismo –y por extensión, de todo el proceso comunicacional– se aborda desde la perspectiva mercantil de los MEM, así como desde el interés gremial de los profesionales de la comunicación social, y aun desde el interés privado del público, pero no desde la real perspectiva pública de la información o del proceso comunicacional, que, entre otras cosas, equivale al derecho de la gente a estar informada con certera objetividad y a participar interactivamente del proceso comunicacional.
Cabe entonces preguntarse: ¿no es un sinsentido de la buena voluntad pretender una reflexión sobre un quiebre moral que no tiene posibilidades de producirse, por cuanto toda moral mediática se fundamenta en las bases de una lógica liberal globalizada y acomodaticia, que sólo vela por el interés privado?

Además, el medio es el gremio
Exacto, por otro lado el medio es el gremio; lo que quiere decir que la jurisdicción gremial sobre el desarrollo ético de la profesión, y en consecuencia sobre el proceso comunicacional, está determinado por los intereses del medio, o lo que es lo mismo, de sus dueños.
Para quien tenga dudas sobre esta premisa, explico: el medio es el gremio porque es quien controla y determina los alcances profesionales del periodista, es quien establece la medida del poder de la profesión y quien ensalza o subyuga la ética profesional, de acuerdo a sus muy particulares prioridades. Y, además, se ha constituido en la única fuente capaz de proveer, desde el punto de vista de la práctica profesional, elementos tan preciados como el conocimiento, la eticidad, la epistemología y –algo bastante importante– la seguridad de subsistencia.
En términos anatómicos el cuerpo mediático, bajo esta premisa, quedaría estructurado de la siguiente manera: el músculo es el periodista, el hueso el personal de soporte (prensistas, correctores, editores, diseñadores, etc.) y el cerebro el dueño del medio. De seguro los periodistas se ofenderán porque los ubico en el lugar de la masa y no en el de la inteligencia, pero en verdad esta apreciación resulta menos cruda que la que hace el periodista uruguayo Marcelo Jelen al calificarlos de traficantes de realidad y denunciar que muchos periodistas y estudiantes de periodismo, asustados por el poder mediático, por su capacidad de absorber el fuero gremial, pretenden restringir el ejercicio de una libertad universal e inalienable para resguardar su propio derecho a un empleo seguro y bien remunerado, no el del público a estar informado. La consecuencia de esto es una pérdida moral, ética y profesional para toda la sociedad, y no sólo para los periodistas a quienes la autoridad mediática niega su razón de ser, puesto que como servidores públicos su lugar es la sociedad y no el medio.

Una libertad particularizada
Desde esta perspectiva, desnaturalizada por el pensamiento liberal al identificar la moral y la ética –su natural responsabilidad social– con la defensa exclusiva de la propiedad del medio, el análisis sobre la aplicabilidad de las distintas categorías de la libertad de comunicación (libertad de prensa, de expresión y de circulación de la información) bajo la óptica del derecho universal puede establecerse en dos direcciones: 1.– En cuanto al uso del medio por el medio mismo, y 2.– En cuanto al uso del medio por el ciudadano común. Por la primera vía circula el dominio del medio sobre el uso y sistematización de la información, de acuerdo a su política editorial y a los criterios comunes de fehaciencia, pluralidad y justicia. Por la segunda, se mueve el derecho del ciudadano a exponer, a través del medio, sus criterios, opiniones o réplicas a una información considerada como dañina por no fehaciente, tergiversada, etc. Ahora bien, como derecho natural, la libertad de prensa asiste a la propiedad más que al uso, y he allí una de las ventajas del medio. Naturalmente, la libertad de prensa se aplica y beneficia al medio mismo, en cuanto es éste quien tiene la potestad sobre la recolección, sistematización y circulación del contenido periodístico, materia con la cual se nutre.
En este sentido analicemos lo siguiente, para ilustrar mejor el asunto: desde la perspectiva de la asistencia a la propiedad más que al uso es que se emplea la categoría libertad de prensa en los discursos de los dueños de medios y de muchos de los periodistas que se encuentran insertos en el sistema mediático. Cuando éstos reclaman los ataques contra la libertad de prensa, suelen referirse a violaciones del derecho a la libre expresión, o bien, elaboran una arenga con tendencia a exigir la libertad absoluta sobre el derecho a expresar sus ideas y determinaciones, al momento en que alguien, sea el Estado o la sociedad misma, les advierte sobre abusos o posibles daños a terceros en el alcance de sus consecuencias.
Bajo estas demandas se disfraza otra realidad: los medios imprimen, editan, publican o trasmiten aquello que resulta conveniente a sus intereses sociopolíticos y económicos, y esta es la libertad de prensa que ellos defienden, la de coartar la libertad de expresión cuando les resulte necesario. He aquí la imposibilidad de reflexionar sobre un quiebre que no puede darse, el de una moral que no existe, que nada significa, que mueve a risa.

sábado, mayo 28, 2005

Venezuela: El crudo efecto de la vanidad mediática

La vanidad y la doble moral son dos de los rasgos principales de la modernidad mediática, y en Venezuela estos se potencian de una manera lastimosa y de alto perjuicio para la sociedad. No quiere decir que estas cualidades resulten exclusivas del período moderno venezolano, pues desde la época independentista nuestro talante dio muestras de su presencia. De José Antonio Páez a Los Monagas, de los Monagas a Guzmán Blanco, de Guzmán Blanco a Cipriano Castro, de Castro a Juan Vicente Gómez, de Gómez a Marcos Pérez Jiménez, y de éste al resto de los presidentes electos en la era democrática –exceptuando, tal vez, a Ramón J. Velásquez-, el fuero de lo insustancial y de una probidad escasa ha dominado el desarrollo de la conciencia social y política del venezolano.
Este dominio se ha visto afianzado por la producción y posterior desarrollo de dos hechos cardinales que acontecieron en Venezuela con la distancia que divide apenas a un par de generaciones: la aparición del petróleo, durante el gobierno de Juan Vicente Gómez, y la puesta en marcha de la tecnología de telecomunicaciones, en la década del ´50. Su carácter cardinal lo otorga el hecho de que el establecimiento de su industria y la manera en que ha sido manejada por quienes tuvieron la visión sociopolítica y económica justa para lograr su capitalización, originaron el desplazamiento de la actitud y la conciencia ética-social del pueblo venezolano hacia la entronización de un pragmatismo utilitario y especulativo, que disloca la realidad y sujeta sus partes al control avasallante de la lógica mercantil. Bajo este control se cumple lo que el pensador neoliberal Alain Minc1 ha dicho respecto al estado natural de la sociedad: no es la democracia, sino el Mercado quien lo establece o define.
Infiltrada por la idea de que el sólo hecho de poseer riquezas garantiza el bienestar social y político –y aun el ético y el cultural-, la sociedad y sus instituciones ceden el compromiso de establecerlo a aquellos que logran dominar la lógica mercantil y capitalizar la economía, desconociendo que la labor de capitalización puede convertirse, o bien, en una devastadora guerra, o bien, en un angustiante juego amoroso, en donde, como advierte una sentencia popular, todo vale. El fin justifica los medios, y éstos son muy maquiavélica y liberalmente empleados por quienes comprenden que para labrar un camino expedito al éxito económico en una sociedad desarticulada, hace falta tener poder y perpetuar la desarticulación.
Esto hace, entonces y ahora, la industria mediática, en especial aquellas empresas que se erigen como dioses neomodernos: la televisión y la publicidad. Para obtener con escasa dificultad el poder que le garantice el éxito económico, reducen la sociedad a su expresión mercantil y producen la fragmentación de la conciencia colectiva e individual, mediante la difusión del único modelo que, según el esquema ideológico mediático, es representativo del éxito social y personal dentro del mercado de valores neomodernos: el triunfo económico; obtenido siempre por la vía más sencilla o cómoda.

El azar mediático para ser millonario
Como muestra de lo anterior podríamos colocar miles de ejemplos televisivos y publicitarios, pero haremos precisión en uno muy determinante: En Venezuela se trasmite un programa de concurso denominado ¿Quién quiere ser millonario? Este es, en realidad, una franquicia internacional, cuyo esquema es el siguiente: el concursante debe responder a un determinado número de preguntas de cultura general, cada acierto le garantiza la obtención de un monto en dinero y cada falla le resta la posibilidad de acceder a ese monto, ya que sólo puede errar en tres oportunidades. Y empleo el término errar con absoluta propiedad, pues de lo que se trata en este juego es de agenciarse el dinero más por azar, que por conocimiento, en tanto las preguntas son formuladas bajo el método de selección simple, otorgando cuatro alternativas al participante, además de tres opciones de ayuda o consulta externa.
¿Quién quiere ser millonario?, apunta, claramente, a la entronización de la acriticidad intelectual y del sentido mercantil de la vida. ¿Quién quiere ser millonario? es un programa globalizado que busca despertar un anhelo típico y determinante de las sociedades liberales, el de constituirse en dueño del poder económico, el de ser miembro de esa élite especialísima que se conoce como "los millonarios". Y para ello sólo basta tener suerte; no como en el programa español denominado Saber y ganar, donde, como es obvio, hay que saber para poder ganar, y no sólo dinero, sino también conocimientos. Apunto que el esquema de preguntas de este programa español no es de selección simple, sino de desarrollo intelectual de la respuesta.
Este golpeteo constante al anhelo de triunfo económico y la hendidura que produce en el espíritu crítico, abona la tierra para la abundante germinación de dos frutos de sabor y carácter tan vil como aquel de la historia bíblica: la vanidad y la doble moral. De la pulpa de estos frutos se alimentan la industria televisiva y la publicidad para erigirse como profetas finales, portadores de una revelación definitiva y absoluta: el camino hacia la tierra prometida se llama Globalización.

Los profetas de una nueva religión
Son estos profetas quienes se anuncian como los únicos conocedores de los secretos que guarda este paraíso global. Pero la verdad puede ser distinta: el Dios real es el Mercado y tanto la televisión, como la publicidad, no son más que dos fieles y eficientes mensajeros; así como la Globalización es sólo su doctrina. Una doctrina uniformizante que, apoyada en la perfección del discurso publicitario y televisivo, ha logrado entronizar en la sociedad latinoamericana realidades ajenas a su certidumbre, para crear una religión totalmente mediática, llena de falsedad y olvido: la de la apariencia.
En Venezuela esta nueva religión -cuyo instrumento más fiel, indiferente e infalible es el Dinero-, hace de la cultura nacional un artificio de la ideología economicista (con todo su correlato a punto: pragmatismo utilitario y especulativo y conformación de una estructura sociopolítica para la conquista del poder por el poder mismo), donde el ethos social no puede más que sostenerse como un modelo abstracto y sin-lugar de la libertad colectiva.
En consecuencia, la formulación de la libertad en Venezuela es de carácter liberal, y este carácter liberal traduce –según determina José María Desantes2- una vía absolutamente individualista, o, en esencia, la libertad del más fuerte. Esto, aplicado al sistema mediático equivale a la libertad del que tiene el poder de informar, que es el propietario –individual o conglomerado- de los medios. Y como ya se ha constatado en tantas oportunidades –pese a nuestra conveniente inconsecuencia y desmemoria sociopolítica- esta formulación ignora su responsabilidad con el bien comunitario, para dar mayor espacio a las exigencias de la lógica comercial y/o a las de los intereses que giran en torno a la consecución del poder.

Los paradigmas de la neomodernidad
Antes de proseguir se hace necesaria la precisión de un término que he manejado con cierta profusión, pues esto nos permitirá obtener un mejor marco referencial del tema tratado. Se trata del término neomodernidad que puede parecer una categoría sin razón, puesto que su pertinencia y su valor significante se arriesgan a convertirse en una perogrullada, en tanto la modernidad se concibe, en su movilidad temporal y de sentido, como el paradigma de la perenne innovación dentro del mundo industrializado, y, además, dado que, filológicamente, el prefijo neo designa la conformación de géneros recientes e inéditos, funciona, dentro de nuestra particular realidad sociopolítica, con alcance histórico y aun metalingüístico, para designar el ensanchamiento de un orden cultural (la modernidad) que, de ser un proceso de autorregulación social, política y artística de la sociedad burguesa y de sus instituciones, se trocó, por efecto de la influencia masmediática, en ideología de la negación respecto a los valores fundamentales de esta sociedad, a saber: el trabajo, el progreso, la racionalidad crítica y la libertad innovadora.
Tal ensanchamiento del sentido, forma y substancia de la modernidad condujo al cambio de la naturaleza racional y dogmática de estos valores –cambio que algunos pensadores como Antoine Compagnon3 prefieren llamar contaminación-, por un efecto moral y éticamente ambiguo, que "preconiza un patriotismo de citas heroicas, especial para adornar discursos políticos, además de guarderías, escuelas y puestos policiales", pero incapaz de impulsar el renacimiento de una verdadera cultura nacional no institucionalizada en función de las determinaciones del Mercado. El mayor paradigma de la neomodernidad es, sin duda, la cultura de masas que, en honor de la ambigüedad ética que la define y de su avasallante lógica comercial, no rechaza los espacios elitescos de la sociedad burguesa para conformar un nuevo lugar de participación plural y no discriminatorio -abierto y no cerrado-, sino que integra éstos a su lógica participativa, colocándolos a la cabeza del proceso de culturización popular.
En resumen, lo que se ha llamado posmodernidad en Venezuela no es más que el repliegue y acondicionamiento de los valores de la modernidad en el ámbito mediático, es decir, una modernidad definida por las características, naturaleza e intereses de los Medios de Entretenimiento Masivo y del instrumento regulador más eficaz del Mercado, la publicidad. De la modernidad que pondera los valores del progreso, la razón y el trabajo, y que establece el criterio de lo nuevo utilitario como paradigma sociopolítico y cultural, pasamos a una neomodernidad que, sin abandonar el paradigma de lo nuevo utilitario, se sostiene sobre el esquema de la gratificación inmediata, mediante el consumo desaforado y la creación indiscriminada de falsas necesidades, valores que son coto predilecto de la Publicidad y del negocio del entretenimiento de masas. En tal caso la vanidad y la doble moral resultan necesarias para sustentar los paradigmas neomodernos y para conformar "el esquema de acriticidad propio al desprendimiento de los valores que tocan los imperativos sociales de la frugalidad y de la valorización del ahorro y del trabajo"4.

El señorío mediatizador de los preceptos sociales
Precisado lo anterior, es posible determinar que en nuestro marco sociopolítico actual no solamente son los imperativos o preceptos de la frugalidad (en sus acepciones de mesura y modestia), el ahorro y el trabajo, los que, de una manera muy sutil, violenta la modernidad mediática. No olvidemos que la ideología sobre la cual el sistema de entretenimiento masivo deposita y activa sus operaciones es de corte liberal y que, desde esta moldura ideológica, el sistema mediático pondera, además de la categoría de lo nuevo utilitario, la de la apariencia, que puede apreciarse, inclusive, como una degradación de la primera y que estableció el dominio de un mercado mediatizador de la calidad del contenido conceptual y programático de las categorías libertad, democracia y comunicación.
Este dominio mediatizador de las categorías sociopolíticas que definen la naturaleza y el alcance del Estado Nación y de sus instituciones, representa el señorío del sector mediático liberal sobre el proceso de culturización social, política y económica de Venezuela. Pero debe aclararse -para ser justos con la realidad-, que esta avasallante mediatización se afianza en un terreno que bien abonó la escasa inteligencia y la profunda incultura política de los dirigentes partidistas venezolanos. Merced a la falta de visión histórica -que produce, entre otras cosas, un ejercicio de consecución inmediatista, absoluto y no programático del poder-, y la completa incapacidad para sostener el basamento ideológico de las agrupaciones que representan y permitir que estas terminen convertidas en meras maquinarias electorales, los líderes políticos venezolanos originaron un estancamiento estatal y gubernativo de tal magnitud que consecuenció el lamentable quiebre entre la sociedad y el estado. Terreno fértil, pues, para dos fenómenos de evidente presencia en nuestro país: la búsqueda desesperada y átona de nuevas representaciones de la realidad y la demanda y posicionamiento de liderazgos provenientes de filas distintas a las políticas.
Entre estas búsquedas de nuevas representaciones de la realidad surge aquella que formula lo siguiente: establecer todas las relaciones necesarias para que una colectividad humana pueda constituirse en una comunidad con potencial de desarrollo armónico pasa por traspasar de la esfera pública a la privada el control de los procesos económicos, sociopolíticos y culturales de una Nación. Y aquí los dos profetas neomodernos ya descritos, la televisión y la publicidad, juegan una posición fundamental: se convierten, no sólo en el instrumento con mayor alcance para proporcionar a la sociedad elementos conceptuales y normativos tan preciados como el conocimiento, la eticidad y la epistemología de las categorías libertad, democracia y comunicación, sino también en los potenciadores o hacedores de nuevos liderazgos; por supuesto y siempre desde su lógica comercial, plagada de acriticidad y sujeta a las determinaciones de la religión de la apariencia: vanidad y doble moral como preceptos finales y constitutivos.

De la realidad mediática a la gremial
Como "Traficantes de realidad" los ha descrito el periodista uruguayo Marcelo Jelen, en un artículo publicado en Sala de Prensa5, refiriéndose especialmente al uso que de la información hacen los Medios de Entretenimiento Masivo. Y como ya he dicho: nuestro sistema informativo mediático se desarrolla bajo la égida del poder económico liberal, que basa el criterio de la formulación de la verdad en una libertad de carácter individual, exclusiva de los dueños de Medios. Su formulación es evidentísima: para garantizar que la actividad informativa se ejecute de manera libre, esta debe ser potestad del sector privado.
Esto ha sido innegable en Venezuela, sobre todo, durante los acontecimientos políticos acaecidos en el período que va del diez de diciembre del 2001 al 12 de abril del 2002, cuando los canales de televisión pertenecientes al grupo Cisneros (Venevisión), a la familia Phelps (Radio Caracas Televisión, canal que trasmite, por cierto, el programa ¿Quién quiere ser millonario?) y a la Corporación Televen, iniciaron y sostuvieron una campaña informativa de abierta oposición al régimen gubernativo del presidente Hugo Chávez Frías. La excusa para esta postura es, francamente, absurda: a falta de un sector político con verdadera fuerza opositora, los Medios tienen el deber de constituirse en vigilantes de las acciones que el gobierno ejecute en función del desarrollo del Estado. A esto sólo cabe responder como lo hace un reconocido editorialista del programa informativo 20/20 de la CBS, Keep me a break.
Vanidad y doble moral mediática, no cabe duda. Como ya lo he sostenido en otra oportunidad6, el enfrentamiento entre los sistemas informativos y de opinión mediática y el Gobierno -un asunto de índole tan vieja ya como el propio nacimiento de la Prensa-, ha resultado siempre saludable a la democracia y ha de considerarse tan conveniente como la separación de la Iglesia de los asuntos del Estado, puesto que lo medular de esta situación sociopolítica reside en la posibilidad de evitar los excesos que de uno u otro bando se producen, al encontrarse aupados, o bien por un criterio mal entendido de la libertad, o bien por una conceptualización unidireccional de la misma. Ahora bien, la condición saludable de este enfrentamiento se da en tanto ambas partes cumplan a cabalidad su función institucional, que no es otra que establecer todas las relaciones necesarias e indispensables para que una colectividad humana pueda constituirse en una comunidad con potencial de desarrollo armónico. Esta función pareciera ser –así descrita- responsabilidad única del Gobierno, pero si tomamos en cuenta que el término comunicación, en su sentido primordial, indica "poner algo en común, es decir, traspasarlo a la esfera pública, colocarlo a disposición del público"7, entendemos que cualquier organismo o empresa que asuma la tarea de comunicar socialmente la realidad y sus cambios, no está haciendo otra cosa que comprometiéndose con una función pública, o lo que es igual, con el cometido de establecer las relaciones descritas.
Y si aquella debe ser la real función de un sistema informativo, la del periodista o comunicador social no debe ser otra distinta a la que describió J. Ward Moorehouse, esa especie de diplomático tahúr de la publicidad, creado por Jhon Dos Passos en su novela Paraleo 42-: "el anhelo de todo periodista era desentrañar el significado exacto de todo cambio operado en la realidad"8. Lástima que Doss Passos ubique el tiempo verbal en pasado, aunque no le falta razón para ello. El mismo Marcelo Jelen ha escrito a propósito de la condición intelectual del periodista, lo siguiente: "Todo esto hace pensar que no es necesario ser inteligente para trabajar de periodista. Es posible aun siendo un perfecto imbécil"9.
Y esta imbecilidad, manifiesta en muchos periodistas y comunicadores sociales de los medios televisivos venezolanos, trajo como consecuencia una sumisión al interés mediático tal, que condujo a la falsificación de la realidad producida en torno a los sucesos que articularon la momentánea ruptura del orden democrático y constitucional en Venezuela, entre los días 10, 11 y 12 de abril de 2002. No cabe duda, la conformidad hace feliz al hombre, pero también lo torna imbécil. Esta realidad origina un supuesto que asomaré acá, pero que no será discutido sino en otro artículo: En Venezuela, el Medio es el gremio, pues es quien controla y determina los alcances profesionales del periodista; es quien establece la medida del poder de la profesión y quien ensalza o subyuga la ética profesional, de acuerdo a sus muy particulares prioridades. Y, además, se ha constituido en la única fuente capaz de proveer, desde el punto de vista de la práctica profesional, elementos tan preciados como el conocimiento, la eticidad, la epistemología y, algo bastante importante, la seguridad de subsistencia.
Por fortuna, el pueblo venezolano reaccionó pronto ante el manejo mediático y exigió la rectificación de la postura de los canales mencionados (Venevisión, RCTV y Televen), es decir, exigió el ajuste de estos canales a su deber social, pluralista y objetivo –o más bien, de subjetividad bien intencionada, como ha calificado a la única objetividad posible el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique-, sin desmedro, por supuesto, de la racionalidad crítica. Aún así, estos canales se negaron a asumir una postura correspondiente con el ethos social y hubo de darse una manifestación violenta del pueblo para obligarlos a cumplir con su deber. Luego de esto, algunos periodistas reclamaron esta actitud pública y achacaron la reacción al acicate de algunos personeros del gobierno, desconociendo que aquel estallido popular fue más bien una respuesta al ejercicio de la vanidad y la doble moral mediática. Cito acá, para finalizar, un párrafo escrito por el periodista boliviano José Luis Exeni, que ilustra bien esta situación: "Parece más pertinente, como periodistas, asumir el hecho de que mientras sigamos solazándonos en la autocontemplación del ombligo, creyéndonos dueños de la verdad y sus rincones, y negando sistemáticamente toda deficiencia e insuficiencia en nuestras filas, la exigencia de responsabilidad social y decencia en nuestro oficio vendrá por una de estas dos vías —o las dos—, ambas tan probables como nocivas: desde el poder institucionalizado (político y económico), como imposición y censura; o desde los actores sociales y culturales, como ausencia de credibilidad y demanda de protección contra nuestros excesos.10"

_____Notas:
1. Citado por la periodista Berta Bernarte Aguirre, en "La globalización de la comunicación: la exaltación de la cultura del intercambio". Monografía. http://www.monografías.com/. Abril, 1998. Pág. 8
2. DESANTES GUANTER, José María. La función de informar. Ediciones Universidad de Navarra S. A. Pamplona, España, 1976. Pág. 28
3. COMPAGNON, Antoine. Las cinco paradojas de la modernidad. Monte Avila Editores. Caracas, Venezuela,1991. Pág. 17
4. QUINTANA, Eduardo. Pragmática de la libertad. Ediciones Angria. Caracas, Venezuela, 1992. Pp. 115
5. JELEN, Marcelo. "Traficantes de realidad". Sala de Prensa N° 11. Septiembre 1999Año II, Vol. 2.
6. En "De libertad hablamos", artículo publicado en el semanario de opinión política El Clarín (Cumaná, Edo. Sucre). N° 779. Semana del 08 al 14 de Marzo 2002.
7. DESANTES GUANTER, José María. Op. Cit.
8. DOSS PASSOS, John. Paralelo 42. Editorial Bruguera. Barcelona, España, 1981. Pág. 317
9. JELEN, Marcelo. Op. Cit.
10. EXENI, José Luis. Autorregulación del periodismo. Sala de Prensa N° 30. Abril 2001. Año III, Vol. 2.

jueves, mayo 19, 2005

Modernidad mediática: la lectura del mundo a través de la imagen

La lectura del mundo se hace a partes iguales, desde la palabra que enuncia los hechos a realizar para la conformación de sus posibilidades o que relata los pormenores de cada realización como testimonio –siempre en el marco de un futuro de principio improbable- y desde la imagen que estos hechos generan como representación de lo conformado o accedido. El equilibrio entre estas partes garantiza la presencia del sentido para la comprensión del mundo, o por lo menos, para la decodificación de las claves que estructuran sus mensajes. La palabra que enuncia o relata y la imagen que representa, constituyen el soporte primario y primordial de la lectura del mundo como espacio de actividad humana, por ello el equilibrio refiere siempre correspondencia semántica, aunque no exclusivamente, puesto que el espacio de actividad humana constituye –como sabemos- un espacio social, cuyo soporte descansa o se afinca en lo societario como mecanismo de relación y desarrollo armónicos; vale decir: como balanza de fuerzas entre lo individual y lo colectivo, o mejor, como balancín de volatinero, para emplear una figura que quizás se ajuste con mayor propiedad al caso, pues remite a la ciertamente tensa e inestable relación que la actividad humana establece con el espacio social.
De esta manera comprendemos cómo el equilibrio entre las partes que permiten la lectura del mundo como espacio de actividad humana está sujeto a la conformación de una estructura sociocomunitaria que debe estar ordenada o distribuida en distintos y relevantes niveles de participación, compromiso y responsabilidad social, para garantizar su correspondencia dialéctica. He aquí otra de las correspondencias a la que refiere el equilibrio entre las partes: la dialéctica, entendida como el impulso natural que sostiene y guía al ánimo en la investigación de la verdad, o mejor, en la búsqueda de la fehaciencia, tanto para los enunciados o relatos de la palabra como para las representaciones de la imagen.
Sin duda, ambas correspondencias –la semántica y la dialéctica- resultan necesarias para lograr la estabilidad relacional entre la actividad humana y el espacio social, es decir, para otorgar sentido al mundo. Ahora bien, queda por asomar un tercer instrumento de tensión entre lo individual y lo colectivo, en tanto, como los anteriores, su práctica otorga significado y valor a la lectura del mundo.

Hacia el replanteamiento ético
En la actual situación de vacío de sentido en la que nos ha colocado la modernidad mediática, merced a la demasía en contenidos plagados de superficialidad ideológica y estética y de respuestas simples y exentas de compromiso y responsabilidad socio-comunitaria, con el objetivo de convertir al hombre en un ser existencialmente angustiado, incapaz de incentivar procesos de exigencia reflexiva o creativa y de ubicarse con propiedad en lado alguno, como no sea en el de su recalcitrante individualismo o en cualquier otro que no signifique arraigo o compromiso definido, es indudable que se requiere de un instrumento que afine el espíritu inquieto y combativo del ser humano, que impulse su necesidad y capacidad de plantear preguntas, que lo aleje de esa forma de leer el mundo impuesta por la cultura globalizada, peligrosamente positiva, complaciente y uniformadora.
Resulta evidente que nuestro mundo actual está lleno de paradojas y de ideas extrañas que potencian la fragmentación de la conciencia colectiva e individual, la quiebra del espíritu crítico y la entronización de dioses neomodernos, llenos de falsedad y olvido. Ante esto, la lectura del mundo se torna complicada, difícil y, a veces, irreal, pero sobre todo carente de significado y valor, aun por sobre la correspondencia semántica y dialéctica que pueda existir entre la palabra que enuncia y relata y la imagen que representa. Por ello resulta indispensable contar con un tercer instrumento de fuerza entre estos componentes, un instrumento que, primero, permita al hombre comprenderse a sí mismo mediante la precisa y creativa valoración de sus potencialidades, más que de sus necesidades, y, segundo, que oferte a la sociedad un modelo de sujeto capaz de convertir el marco de la relación actividad humana-actividad social en un inventario de actividades libertarias, de orden comunitario y de creativa racionalidad y no en un manual de procedimientos prohibitivos.
Pero, ¿acaso no resulta este planteamiento de igual manera contradictorio y extraño frente a la falta de fundamento y al vacío de sentido de este nuevo mundo moderno? Pues, realmente no, puesto que invita al rescate de la idea de sujeto combativo, irreductible, potenciado en sus posibilidades creativas y dispuesto a jugársela en conjunto frente al desamparo que han significado los sistemas de vida generados por la modernidad mediática, que ofertan un futuro donde el vivir será un ir a la deriva en distracción y entretenimiento continuos, para, una vez instalados en ese espacio, distraídos de la esencia y el fundamento por el delirio de la novedad tecnológica y el poder del dinero, colocarnos en el sendero de la mimesis domesticadora y banalizante, frente a lo cual sólo existe un antídoto: el replanteamiento ético de los valores que la modernidad mediática ha vaciado de sentido. Y he allí, justamente, la tercera correspondencia necesaria para lograr el equilibrio que posibilite leer el mundo con propiedad, la ética.

La estetización banal del anhelo de verdad
Correspondencias semántica, dialéctica y ética de la palabra que enuncia y relata y de la imagen que representa, resultan imprescindibles para armonizar y dar sentido al espacio de actividad humana, a su plataforma social y al mundo que las contiene y elabora sus mensajes en función de un ejercicio de convivencia comunitaria y de búsqueda de desarrollo y crecimiento real.
El asunto es simple: para estar a tono con el proceso de modernización, el llamado de los Medios de Entretenimiento de Masas (MEM) es a la conciencia económica y a su carácter pragmático utilitario, para lograr la inmediata identificación de la realidad verdadera (la sociocomunitaria, con sus valores de integridad, pertenencia y solidaridad, y sus conflictos ciertos, como el de cambio y liderazgo) con la apariencia de realidad (que reduce todo al éxito económico), y, en consecuencia, producir un vacío de sentido ético, dialéctico y semántico, en tanto su fuerza representativa coagula la percepción (cambia el valor de las necesidades básicas por el de necesidades creadas e introduce antivalores como la ubicuidad moral y el individualismo, en función de la apariencia de crecimiento socio-económico). Esta estrategia, apoyada por la perfección del discurso publicitario, ha logrado, por ejemplo, que la sociedad latinoamericana entronice realidades ajenas a su certidumbre y cree una religión neomoderna, la de la adoración del éxito, representado por la mayor acumulación de dinero y por una estetización banal de la vida, que se impone mediante el consumo masivo, de carácter conformista.
Esta estetización banal de la vida pasa por la creación de un mundo de apariencias donde nada de lo que se ve es lo cierto, aunque se transforma en anhelo de verdad dentro de la conciencia individual y colectiva, puesto que es lo que se ve y lo que se referencia como gratificación social. Ello la establece como esa paradoja moderna denominada por el pensador francés Antoine Compagnon como “feria de las ilusiones”, donde el mercado mediatizador de la calidad del contenido conceptual estableció su dominio.

La imagen ideologizante
El dominio de la mediatización conceptual es el campo abonado para la pérdida de sentido crítico y para la imposición de una lectura del mundo sujeta a una iconolatría exenta de esencialidad ética. Aquellos que argumentan la pérdida de sentido en la distinción realidad-representación, olvidan que los sistemas simbólicos mediante los que se ordena la modernidad mediática fomentan uno de los esquemas de vida más alarmantes para la humanidad, el de la gratificación inmediata, mediante el consumo desaforado y la creación indiscriminada de falsas necesidades y, por tanto, de una devastadora angustia existencial. Aciertan, sí, al advertir que la realidad neomoderna se ordena a partir de la imagen; es decir, que el mundo actual es más leído a través del símbolo iconográfico que de la palabra. Por ello, resulta imprescindible comenzar a distinguir esa incondicionalidad hacia ese sistema que establece como la mejor alternativa para la comprensión del mundo a la industria de la imagen. No debe olvidarse que la maquinaria principal de esta industria es engrasada por los MEM, quienes han sustentado la religión de la apariencia, y quienes, además, junto al Mercado, precisan del establecimiento de una conciencia acrítica y vacía de referentes éticos, para imponer sin resistencia su modelo de vida cool e instaurarlo como el estado natural de la sociedad.
En este marco sociocultural mediático la representación de la realidad a través de la imagen no ha perdido valor, no se trata de eso; es sólo que ha cambiado su sentido: ahora la imagen se ha tornado ideologizante, es decir, se ha convertido en un mecanismo de representación de prácticas sociales, políticas y culturales, que ocultan las contradicciones reales que inciden en la conformación de la sociedad. Se quiere que el sistema de representación mediático produzca realidad, pero una realidad vacía de sentido crítico, de esfuerzo interpretativo y de aliento creador. La consigna mediática neomoderna es la vacuidad, la torpeza conceptual, el derrumbamiento de la resistencia moral, con el fin de engendrar la angustia y obligar a la humanidad a moverse en el espacio de la distracción.

La posibilidad para el cambio
En el sentido vacuo de la imagen que representa influye la cultura cool y el sentimiento fashion. El encerramiento de la imagen en un estudio con el objetivo de modelar su significado y erigirla en absoluto referencial atenta contra los principios y los fines de la inteligencia y de la voluntad: desaparece el ser bajo modelos preceptivos, se desvanece, incluso, el valor de originalidad ante un afán de dominio que se sirve de todo para construir realidades nuevas que signifiquen o propongan esquemas de vida insustanciales.
Ante ello queda la posibilidad de la imagen directa, sin más ingerencia que la de la realidad misma y su natural acción comunicativa y de la interpretación estética de quien la produce, que no debe estar vacía de sentido ético, dialéctico y semántico. Así, la imagen se produce no como absoluto referencial, sino como discurso representativo, y aun interpretativo, del espacio humano y de sus estados de tensión con el espacio social, para evitar el repliegue sobre sí misma y proponer la contemplación y la búsqueda del sentido de trascendencia del hombre y su ser social. La imagen, en suma, concebida no como concepción de un universo ideal, sino como representación crítica, con verdadera y necesaria correspondencia ética, semántica y dialéctica con lo cotidiano.